Hoy voy a Azpeitia, me acogen unos amigos periodistas que van a cubrir el acontecimiento. Llegamos a la zona del tanatorio. Es pronto. Hay algún político, pero no es primer espada. Hay gente en corros, pienso que serán los del pueblo. A mí así me lo parece. Empiezan a llegar políticos, es Leire Pajín, secretaria de organización del PSOE. Me voy para adentro del tanatorio. Dentro está la familia, la distingo porque viste de negro y porque veo que la abrazan. Yo les doy la mano, les doy palmaditas, les amago un abrazo. Me encuentro en esa situación extraña en la que desearía transmitirles todo mi apoyo emocional, pero no nos conocemos. Creo que todo queda en unas miradas cariñosas.
Veo a Sandra Carrasco, seria y triste. Llega Patxi López y dos ministras, Magdalena Álvarez y Begoña Garmendia. Se monta una caminata rumbo a la iglesia y penetramos a través de un arco imponente de focos de periodistas y fotógrafos. La iglesia está llena. Están rezando el rosario en euskera. En mitad del rosario, inacabable, llega el Lehendakari y su séquito. Aparece la familia con un aire, creo que de desconcierto. Sigue el rosario y cuando se acaba empieza la gran misa concelebrada, más de 20 sacerdotes, presidida por monseñor Uriarte.
El evangelio es sobre las bienaventuranzas, esa parte del evangelio que incita al buen conformar y a la resignación, porque ya se obtendrá compensación en la otra vida. Pero el obispo Uriarte se da cuenta de la jugada y en su homilía dice que una cosa es lo que dicen las bienaventuranzas y otra cosa, no incompatible, es la petición de justicia. Es un discurso claro que no deja lugar a duda a la condena de ETA. Es una misa con toda la parafernalia. Un coro estupendo entona canciones cuyas letras se reflejan en una pantalla tipo karaoke. No soy creyente, pero las canciones me arrastran y las sigo. Pienso en el asesinado Uria y en como hemos llegado a esta situación. Por más que la mayoría social lo condene, hay miles de personas que todavía ven el asesinato de Inaxio Uría como un fenómeno puramente meteorológico, como algo lamentable sí, pero como una cosa inevitable dada la situación. Llega el momento de darse la paz en el funeral. Me doy la vuelta y le doy la mano al que tengo detrás. Con sorpresa veo que es Carmelo Barrios, parlamentario del PP. Acaba la misa y después de un gran aplauso colectivo salimos a la búsqueda de la manifestación.
Hay mucha gente, aunque no sé cuantos estaremos. Es en silencio y llueve. Vamos atravesando todo el pueblo y con cierto paso ligero. Se está haciendo un poco tarde. Daría ganas de echar unos pocos gritos que suelten nuestro sentimientos, pero se ha acordado hacerla en silencio. En general los comercios están cerrados, pero algunos siguen abiertos. El silencio hace que contengamos nuestra rabia pero al mismo tiempo le proporciona una cierta frialdad. Llegamos a la plaza. Es la despedida final. Está la familia con su pancarta, en nombre de todos nosotros, diciendo ETA KANPORA. Minuto de silencio y gran aplauso. Vuelvo con mis amigos periodistas charlamos sobre lo que hemos visto. Ellos no son nuevos como yo. Ya les ha tocado unas cuantas de estas. Aun así, también están impresionados.
Inevitablemente me acuerdo del artículo que Ruiz Soroa ha publicado en El Correo de hoy Asumir responsablidades. Pienso en mis propias responsabilidades al dejar crecer la hidra etarra. Pienso en lo qe nos dice Ruiz Soroa.
Asumir la propia responsabilidad por las consecuencias de los propios actos es, precisamente, el único contenido concreto de ese término tan manoseado que se llama «libertad»
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