El día de las elecciones es el día de la gran fiesta de la democracia. Pero no lo viven así muchos de los participantes en ella: los miembros de las mesas electorales. Casi dos centenares de miles de españoles pasan el día aburridos (si hay diversión es que la cosa va mal) al lado de las urnas. Su tarea no es muy complicada, pero no carece de responsabilidad.
Lo cierto es que la mayoría de quienes reciben la comunicación de que les ha tocado mesa, hacen un gesto de disgusto al leerla. Les espera un rollo de día. Unas 14 horas de trabajo (de 8 de la mañana a 10 de la noche) por 62,61 euros y la posibilidad de, para quien tenga trabajo, 5 horas libres a día siguiente. Esto es un salario de 4,47 euros a la hora. No es una gran cantidad.
Comparémosla con el salario mínimo interprofesional. Este tiene un valor de 748,3 euros por mes (pagas prorrateadas). Calculemos lo que sale por hora, tomemos para ello en cuenta la jornada anual de trabajo del personal funcionario al servicio de la Administración de la Comunidad Autónoma de Euskadi y sus Organismos Autónomos, que era en 2005 (no creo que haya aumentado) de 1592 horas por año y una media mensual de 132,66 horas. Si dividimos el salario mensual de 748,3 euros por la media mensual de horas 132,66, obtenemos el salario mínimo por hora: 5,64 euros. Es decir nuestros ciudadanos responsables de las mesas electorales cobran un 20% menos que el salario mínimo
¿Qué extraños cálculos han llevado a que los miembros de las mesas cobren precisamente esa cifra de 62,61 euros? Creo que una cifra doble de la actual no sería una exageración. Entonces ¿Por qué la mayoría de los nombrados acude a la mesa? ¿Es por sentido cívico? Algo de eso puede que quede, pero me parece que la explicación más común es otra. Es difícil encontrar una excusa oficial válida y si uno no la tiene, arriesga multas e incluso cárcel. En definitiva es aquello de que la democracia con sangre entra.
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