martes, 28 de abril de 2009

Javier Ortiz ha muerto

Mi amigo Javier Ortiz ha muerto. Aquí está el obituario que el mismo escribió hace dos años.

OBITUARIO

Javier Ortiz, columnista

Falleció ayer de parada cardio-respiratoria el escritor y periodista Javier Ortiz. Es algo que él mismo, autor de estas líneas, sabía muy bien que sucedería, y que por eso pudo pronosticar, porque no hay nada más inevitable que morir de parada cardio-respiratoria. Si sigues respirando y el corazón te late, no te dan por muerto.

Así que en ésas estamos (bueno, él ya no).

Javier Ortiz fue el sexto hijo de una maestra de Irún, María Estévez Sáez, y de un gestor administrativo madrileño, José María Ortiz Crouselles. Sus abuelos fueron, respectivamente, un señor de Granada con aspecto de policía –lo que tal vez se justifique considerando el hecho de que era policía–, una señora muy agradable y culta con allure y apellido del Rosellón, un honrado y discreto carabinero orensano con habilidades de pendolista y una viuda de Haro casada en segundas nupcias con el recién mencionado, Javier Estévez Cartelle, del que se derivó el nombre de pila de nuestro reciéndifunto. Si algún interés tienen todos estos antecedentes, cosa que dista de estar clara, es el de demostrar que, en contra de lo que suele pretenderse, el cruce de razas no mejora el producto. (Obsérvese qué gran variedad de procedencias se puso en juego para acabar fabricando a un vasco calvo y bajito.)

La infancia de Javier Ortiz transcurrió en San Sebastián, ciudad que le venía muy a mano, porque nació allí. Se dedicó básicamente a mirar lo que había por sus cercanías, en particular el pecho de las señoras –ahora que ya está muerto podemos descubrir ese inocente secreto suyo–, y a estudiar cosas tan peregrinas como las ciudades costeras del Perú, de las que no logró olvidarse hasta su postrer respiro. Los jesuitas trataron de encauzarlo por el buen camino, pero él descubrió muy pronto que era comunista. Eso malogró del todo su carrera religiosa, ya de por sí poco prometedora, sobre todo desde que notó con desagrado el interés que algunos sacerdotes ponían en sus partes pudendas.

Su primer trabajo como escribidor, aparecidoen una página del periódico del colegio, fue, curiosamente, una necrológica,con lo que cabría decir que su carrera como periodista ha resultado capicúa, singular circunstancia de la que muy pocos podrían presumir, aún en el improbable caso de que lo pretendieran.

A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas –algunas de las cuales seguían teniendo como referencia obsesiva los pechos femeninos–, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso queacababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista.

A partir de lo cual, se dedicó con gran entusiasmo a cultivar el noble género del panfleto. Sin parar. A diario. Año tras año. Fue cambiando de punto de residencia, no siempre por voluntad propia –ahí merecen especial mención sus estancias carcelarias y su exilio, primero en Burdeos, luego en París–, pero jamás varió su inquebrantable afán de agitador político, que él pretendía haber adquirido, por absurdo que parezca –y sea, de hecho–, en la lectura de Los documentos póstumos del Club Pickwick, de don Carlos Dickens, y de las Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Padarox, de don Pío Baroja.

Burdeos, París, Barcelona, Madrid, Bilbao, Aigües, Santander... Recorrió incontables sitios y holló innúmeros parajes sin parar de escribir, erre que erre. Zutik!, Servir al Pueblo, Saida, Liberación–y Mar, y Mediterranean Magazine– y El Mundo, y una docena de libros, y varias radios, y algunas televisiones... Por escribir, incluso escribió para otros y otras, ejerciendo de negro en momentos de particular penuria. También lo hizo a veces por amistad.

Movido por la lectura del Selecciones de Reader’s Digest y otras publicaciones estadounidenses tan aficionadas a ese género de operaciones, un día decidió calcular cuántos kilómetros cubrirían sus escritos, en el caso de colocarlos todos en una sola larguísima línea de cuerpo 12. El resultado de la estimación fue concluyente: ocuparían la tira.

En materia de amores (de la que sería injusto decir que careciera de alguna experiencia), también fue capicúa. Decía que las mejores mujeres, las más cariñosas y las más nobles con las que compartió sus días (sin desdeñar dogmáticamente a ninguna otra), le resultaron la primera y la última. Aunque la favorita le apareciera por medio: su hija Ane.

Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respiratoria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo.

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Javier Ortiz, escritor y columnista, nació en Donostia-San Sebastián el 24 de enero de 1948 y murió ayer en Aigües (Alicante), tras dejar escrito el presente obituario.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Por muy amigo que fuera tuyo, siento decirte que JAVIER ORTIZ era un agitador y "loador" en favor de ETA.
Que sus escritos tergiversando la realidad vasca y manipulando las noticias en favor del nacionalismo más radical, no han hecho ningún favor al País Vasco.
Y que más que un periodista era un resentido social.

Paco Audije dijo...

Le había enviado un mensaje hace dos días. Ahora sólo tengo un nudo en la garganta. Apenas nos cruzamos en los últimos años, pero yo lo mantenía en mi memoria con un cariño imbatible. En su obituario (qué elegancia inteligente) cita algunas navegaciones de la escritura, la militancia y el periodismo, en las que compartimos perspectiva. Bruselas tiene hoy su día gris habitual y su cielo plomizo, que no me ayuda. Tengo que saber adonde acudir para hacer algo, porque si no sólo sé que me voy a poner a llorar sin remedio.

Thooby dijo...

Tellagorri,
Javier Ortiz siempre condenó a ETA. Siempre que hablaba de los atentados empezaba por condenarlos. Mira en su blog a ver en que casos ha defendido a ETA.

Tampoco era nacionalista. Esto escribió en uno de los artículos de la serie que irónicamente titulaba Diario de un Resentido Social"Soy partidario de que Euskadi esté en España. Por diversas razones: unas sentimentales, otras –las más– de tipo práctico. Pero soy partidario de que esté voluntariamente, por decisión propia, expresa y clara."

Otra cosa que es escribiese cosas que yo no compartiese. O que fuese muy radical en algunas de sus posturas.

Pero afortunadamente me enorgullezco de tener amigos que no piensan como yo, eso siempre me ha enriquecido. Sobre todo si se dedican a decir lo que piensan.

Uno de Soria dijo...

Salud y larga vida, a pesar de la tristeza. Esta mañana al abrir Público, he recibido la bofetada en forma de noticia. Era un "vasco calvo y bajito" y excelente agitador. Quería compartir la sensación de estos momentos con alguien en común. Cuando acabe el día la situación habrá cambiado y seguro que a mejor. Un saludo.

Paco Audije dijo...

Puñetas, la expresión "resentido social" como arma arrojadiza me suena mucho... ¿Donde la habré oído antes? ¡Ah, sí!, me la aplicaban algunos parientes de la "mayoría social" de entonces, cuando yo era indocumentado, infeliz, pobre, emigrante, despistado, desconfiado y "resentido social"... ¿Por qué no podemos hablar de la calidad humana sin mezclarlo con nuestras diferencias políticas? Yo también estuve con frecuencia en desacuerdo con Javier Ortiz, ni soy vasco, ni nacionalista (creo que él tampoco), ni he vivido nunca en el País Vasco, pero desde muy pronto dejó claro su respecto hacia mí. También su respaldo absoluto para que yo expresara lo que quería en medios poco propicios.

Recuerdo haber escrito una defensa ingenuamente apasionada de la película y del personaje ET, nada menos, y él se peleó para que yo lo publicara (dos páginas)en un periódico militante... del que yo hacía tiempo estaba desvinculado...Y él seguía riendo porque yo me hubiera puesto de aquel modo contra la ortodoxia militante... No se me ha olvidado, ni tampoco su pasión y sentimiento al escribir de otros temas. No tengo guardadas sus loas maoístas (¿tengo guardadas todas mis tonterías escritas?), pero sí su necrológica a la muerte de Jacques Brel...