Aunque la mayoría de mis amigos le conocían, seguramente la mayoría de los lectores de este blog desconocen quién fue Jose María Arrieta. Bueno, era mi amigo, era un ciudadano anónimo, uno de tantos que emiten su voto y protestan por las injusticias, uno de tantos que quieren a su pareja y a su familia y se preocupan por sus amigos. Claro es que para la gente que le conocía no era un cualquiera.
Jose María nació en Chile y la primera parte de su juventud la vivió en los años esperanzadores de la Unidad Popular de Salvador Allende, ese movimiento democrático que parecía iba implantar una sociedad más justa. Recuerdo nuestro interés por lo que sucedía en Chile, era un ejemplo a imitar. Jose María no se quedó quieto en aquellos años, militaba como dirigente estudiantil en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (M.I.R.) uno de los grupos más radicales. Tal vez no era la opción con los análisis políticos más realistas, pero sin duda sus miembros se encontraban entre los más desinteresados buscadores de justicia e igualdad.
Llegó Pinochet y como tantos otros chilenos emprendió el camino del exilio y el desarraigo. Así llegó a España justo empezando el cambio de régimen y viviendo la transición inversa de la dictadura a la democracia.
El exilio es un daño profundo: no quieres irte, pero te tienes que ir. Eso hace daño a cualquiera. Jose María nunca olvidó Chile, ni a su familia, ni sus costumbres, ni sus comidas, ni los hotdog del Domino de Santiago. Pero después de muchos tumbos aprendió a querer también a su nueva patria, en donde vivió más años que en la original. Desde hace más de 20 encontró hogar en la tierra de sus antepasados, el País Vasco. Hogar y mucho amor de su mujer Arantza y de sus amigos.
Pero no querría terminar sin hablar de sus últimos días. Mucha gente muere sin saberlo, no tiene ni tiempo para saber lo que es la muerte. Jose María sabía que tenía un cáncer y también supo cuando éste llegó a la fase terminal. Aguantó con ánimo los quirófanos y la quimio. Luchó por su vida y por seguir compartiéndola con sus seres queridos. Todo ello con dignidad, sin dar la lata, y cuando le llegaban las fuerzas, con sonrisa y humor. Su hijo Txomin le acompañó los últimos días, seguramente hasta pudo hablar de muchas cosas que no eran habituales en su relación y arreglar esas diferencias que inevitablemente, a lo largo de la vida, aparecen entre padres e hijos. Jose María Arrieta murió reconciliado con la vida y con los suyos. Nos dio su última lección.
Hasta la vista, mi amigo, de mi familia.
1 comentario:
Al menos, pudo ver la caída de Pinocho.
Esta Semana Grande me comeré un txuletón en honor de Jose María, mientras los demás se hartan en la mariscada. Nos vemos, amigo Jose María.
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