Nuestros trontzalaris eran de ese grupo de ciudadanos ejemplares o con más precisión, ciudadanos nacionalistas ejemplares. Adalides del deporte vasco (aunque hay que reconocer que el trontzalarismo palidece ante el aitzkoralismo), uno de ellos era presidente de su federación guipuzcoana. Baserritarras modernos, luchando por y con sus denominaciones de origen, disfrutando sin rubor de subvenciones del actual Gobierno Vasco (espero que el PP no se lo eche en cara al PSOE). No faltaba tampoco su trabajo con jóvenes, amparados por una premiada fundación para impulsar
el juego limpio, la promoción de un estilo de vida saludable y activo, la prevención del dopaje etc ...Aunque no tenía el disgusto de conocerlos si hay suficientes datos para deducir que eran individuos muy conocidos, populares y seguramente apreciados dentro de su comunidad.
Que detrás de ciudadanos respetados en su comunidad se oculten auténticos monstruos, colaboradores necesarios fríos y continuados de asesinatos y otras tropelías puede, en principio, aparecer en cualquier sociedad. Pero, el que una parte importante de la sociedad no se horrorice por este hecho e incluso defienda al monstruo descubierto, basándose en sus supuestas bondades públicas es muy diferente. Quiere decir que esa parte de la sociedad está enferma, que todavía no ha entendido que significan los valores de democracia, libertad y tolerancia.
Ciudadanos increpaban a los policías que llevaban detenidos a los hermanos Esnaola. Tal vez algunos de ellos ignoraban las dos toneladas de explosivos que guardaban en sus propiedades rurales, pero tengo la convicción que muchos de ellos, aun sabiéndolo, lo hubiesen hecho igual.
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